Soy y siempre seré la chica que se volvió loca.
Así como existe la mujer que se escapó, ésa que era la indicada, así estaré yo... Clavada en la pared de tus recuerdos... Colgando entre la foto de la que casi te vuelve loco y el marco de la que es tanto que serías el que un día fuiste conmigo y mil cosas más si lograras descifrar cómo atraparla. Estaré como un apartado de las mil y un maneras de cómo hacer las cosas al revés y de el sin número de cosas que se pueden inventar para perder la cabeza un poco cada día.
Recuerdo cuando choqué aquel coche y morí de vergüenza ante la sola idea de que pensaras que no sabía manejar o peor, que sabía manejar y que lo hacía terriblemente mal. Mis ánimos se nublaron ante la posibilidad que el accidente de esa tarde pudieras extrapolarlo al resto de las cosas que yo hacía y que así como ese día, te dieras cuenta de que para mí era lo más natural chocar incluso cuando la carretera era una recta. Pero me sorprendiste y dijiste -ya pasó lo peor ¿qué más podría salir mal? - y nunca te dije, pero ese día te quise como no había querido a nadie y salimos a la azotea de tu casa e hicimos el amor por primera vez mientras de frente y con mis piernas aferradas a tus caderas me embestías y por detrás el granizo golpeaba mi espalda, creando el contraste perfecto del frío de allá afuera y el calor que emanaban nuestros cuerpos. Recuerdo que pensé que lo que hacíamos era poesía y supe entonces que ése sería mi poema favorito. Sigue siendo de mis poemas favoritos...
Poco sabías de todo lo que podía salir mal en ese entonces y de todo lo que iba a salir mal, de cada una de las maneras en que iba a enredarnos y que ni tú ni yo íbamos a tener la menor idea de cómo soltarnos.
Comenzó cuando empecé a confiarte mis secretos, esos que tenía metidos debajo de la cama, los que hacían que el rímel se me corriera por las mejillas y por los que me obligaba a poner una sonrisa al día siguiente y por el teléfono, todo con tal de que no te dieras cuenta y de que nadie adivinara qué era lo que la chica de los grandes ojos cafés y labios rojos que siempre sonreían, ocultaba.
Como cuándo aquella vez preguntaste si estaba bien y se me ocurrió contestarte la verdad sólo para que llamaras luego y yo con la voz entrecortada te platicara el pleito con mi papá y de cómo me había dado su pistola, cartucho cortado y todo, mientras entre gritos, me animaba a dispararle. Lo que nunca te conté es de cómo mientras me gritaba, por mi mente pasaba la imagen de yo cogiendo la pistola deprisa y en un segundo acabando con todo con un disparo sobre mi cien. O como aquel día en el que te platiqué que me enojé tanto con mi hermana que la mordí y recuerdo la vergüenza de contarte lo salvaje que había podido ser y de cómo me odiaba por eso sólo para que tú me calmaras diciendo que no era una mala persona y que era chistoso, y lo dijiste de tal manera que entre el llanto comencé a reír.
Pero nada de eso era gracioso ni resultaba ser una broma. Eso que yo te contaba era mi día a día y debiste imaginar que exageraba cuando la primera vez que traté de cortarte te advertí que era por tu bien, que sentía esa oscuridad de mi interior rondando cada vez más cerca de la superficie y que no conocías mi lado terrible, pero insististe en quedarte y ahora pienso que quizás decirte eso fue lo peor que pude hacer porque a lo mejor te dio curiosidad y la intriga hizo que lo nuestro se viera más increíble de lo que en verdad podía ser, porque ¿quién apenas conociéndote te daría cita en otra ciudad de la que ni tú ni yo sabíamos nada? Y entonces te quedaste y te conté de las cortadas que en mi afán de borrar viejas heridas, de llamarme liberal y de acortar la distancia que me hacía sentir como una isla, me había hecho y de lo mucho que aún ardían. Nada te conté del miedo de que tú le sumaras cortadas a esa lista por que eras tú y ¿qué sentido podía tener martirizarte con miedos irracionales? Resultó que al final no lo eran tanto...
Poco creíste que de ser yo quien era pudiera volverme la que soy con mis manías e inseguridades que me hacen despertar llorando a media noche o pidiéndote media hora después de habernos besado y de haber reído como histéricos que cojas tus cosas y te marches...
Pero es que no todo era malo y estoy segura de que cuando veas mi foto colgada de esa pared alguna vez tendrás que recordar nuestro afán por construir una casa de árbol, alejada de todo y de todos dónde estuviéramos rodeados de libros y música y durmiéramos de día sólo para vivir de noche... O las tardes debatiendo de ideas que ni tú ni yo comprendíamos muy bien pero que estábamos dispuestos a disecar bebiendo café y sumergidos en canciones de Oasis y Pink Floyd mientras el humo de lo que habíamos estado cocinando comenzaba a salir de la cocina. Y a lo mejor en una de esas te acuerdas de cuándo me fui a Europa y juraste que si yo no regresaba eras capaz de dejar todo y alcanzarme en dónde estuviera sin importar los líos en los que estuviera metida y recuerdo lo tierno que pensé que eras y cómo a tu manera seguías siendo un niño que ninguna idea tenía de cómo funcionaba el mundo.
Ahora me arrepiento de haber pensado eso porque a lo mejor fui yo la que te contagió de aquel incipiente realismo para luego quedarme con tu parte de ingenuidad y soñando con amaneceres en lugares desconocidos siendo todo menos lo que estábamos intentando ser...
Entonces vienen de golpe los recuerdos de cómo fui perdiendo la cabeza, de cómo sin pensarlo y sin detenerme te rompí y de cómo vivir conmigo se volvió agridulce, yendo de extremo a extremo sin previo aviso. Y es que estoy casi segura de que no fue todo mi culpa porque algo adentro de mí me decía que el que yo acabara por ser tan normal y funcionara tan bien dentro de esa nada entrañable sociedad, te consternaba, sólo para luego desilusionarte y acabar por aburrirte. Y así te enfadaste de pasar tardes y noches conmigo, de las anécdotas de mis pleitos diarios, de mis ocurrencias que ya no representaban nada nuevo y entonces aquello que yo podía contarte comenzó a ser menos entretenido que eso que te contaban tus amigos.
Así fue cómo acabé tomando antidepresivos y amenazando con quitarme toda la ropa si regresábamos a esa horrible fiesta a la que yo no quería ir o tomándome botella y media de vino tinto y estando tan lastimada que te juré que ahora iba a ser puta y puta profesional y que si querías volver a estar conmigo o siquiera platicar, ibas a tener que pagar.
Y como eso infinidad de cosas más en las que entre cartas, sábanas, gritos, gritos sábanas, cartas, silencio, silencio sábanas, silencio gritos, cartas, llanto y risas, en ningún orden en particular, acabamos por volvernos dos extraños que solían conocerse bien y que ahora apenas intercambiaban palabras... mucho menos se tocaban.
Entonces me convertí en la niña - mujer que llenaba tu vida de incoherencias de las,que nada entendías y que te pesaba siquiera tratar de entender y cansado de todo decidiste colgar mi foto enmarcada en un cuadro bellísimo en esa, tu pared, sin darte cuenta de que me estabas condenando a ser por siempre esa chica: la chica que se volvió loca.