lunes, 6 de junio de 2016

Calamidad



Me desespero de ser la que soy y de tener esta vida que tengo. Frente al espejo acaricio mi imagen sin ser ésa exactamente, mientras soy aquella que se esconde detrás del cristal, en silencio y viendo la vida pasar día a día... La crema, cepillar el cabello, ahora el labial... No olvidar los ojos, eso día tras día y sólo observo lo que la que tiene mi cuerpo hace,  mientras yo aquí del otro lado del espejo me revuelvo en mi lugar ante la creciente incomodidad de todo lo que ya no es y lo que ha acabado por ser.
¿Será que esto es todo lo que queda y todo lo que nos espera? De mis entrañas salen las voces que nunca olvidé y que extrañaba escuchar, suplicando que las escuche y que no las envuelva en papel burbuja hasta hacerlas callar. En el fondo de sus ojos puedo ver todo lo que nunca ha dicho y que siempre ha pensado, de sus labios puedo escuchar las palabras que dice casi como suspiros anhelando que cualquiera de estos días, cobren la fuerza suficiente para proyectarse al resto de su cuerpo, de sus ademanes y de cada figura que ha de decidir tomar... Pero el tiempo se acaba...
El tiempo es poco y la prisa es mucha y la agonía de estar en este lugar, en un cuarto de cuatro paredes que lo es todo sin en verdad ser nada, me llena de angustia y de una premura que no había probado desde los veintiuno... ¿A dónde correr? ¿A quién gritar? Y es que del fondo de mi pecho salen los gritos que nadie escucha y las palabra tanto tiempo apagadas.
Entonces de entre mis costillas me asomo pidiendo aire, suplicando que me dejen respirar, que alguien llegue y rompa mis costillas, cárcel mía tan antigua como mi memoria. Y la vida se deshace sin que nada en realidad pase y yo me ahogo y me pierdo entre un sin fin de pensamientos desordenados y caóticos, sin pies ni cabeza, sin cuerpo... Sin forma... Porque nada en realidad tiene otro sentido además de la desesperación que en días como hoy me paraliza y me arrebata de la vida que tengo para recordarme que no es en realidad la mía, que se la he robado a alguien más y que alguien que se hace llamar yo, usurpa mi lugar, tan convincentemente bien que casi me hace creer que en realidad soy yo... Excepto en días como hoy, cuando no me reconozco frente al espejo y me agito queriendo arrancarme del fondo de ese pecho que no es mi pecho y de esos labios que no son mis labios. Ahí es cuando por instantes me acerco peligrosamente a ser yo... Yo en fragmentos que están milimétricamente cerca de encontrarse, de tocarse... De volverse eso que desde el principio debieron ser sin jamás haber tenido la fuerza suficiente para lograr la cohesión de todas sus partes.
Y así, en días como hoy, soy una inútil, en agonía y de una extraña manera, casi feliz de sentir que rozo cada uno de los fragmentos que nos miran día a día desde el fondo de aquel espejo... Nuestro espejo.



domingo, 5 de junio de 2016

Recortes (en ningún orden en particular)

 Soy y siempre seré la chica que se volvió loca.
                 Así como existe la mujer que se escapó, ésa que era la indicada, así estaré yo... Clavada en la pared de tus recuerdos... Colgando entre la foto de la que casi te vuelve loco y el marco de la que es tanto que serías el que un día fuiste conmigo y mil cosas más si lograras descifrar cómo atraparla. Estaré como un apartado de las mil y un maneras de cómo hacer las cosas al revés y de el sin número de cosas que se pueden inventar para perder la cabeza un poco cada día.
                Recuerdo cuando choqué aquel coche y morí de vergüenza ante la sola idea de que pensaras que no sabía manejar o peor, que sabía manejar y que lo hacía terriblemente mal. Mis ánimos se nublaron ante la posibilidad que el accidente de esa tarde pudieras extrapolarlo al resto de las cosas que yo hacía y que así como ese día, te dieras cuenta de que para mí era lo más natural chocar incluso cuando la carretera era una recta. Pero me sorprendiste y dijiste -ya pasó lo peor ¿qué más podría salir mal? - y nunca te dije, pero ese día te quise como no había querido a nadie y salimos a la azotea de tu casa e hicimos el amor por primera vez mientras de frente y con mis piernas aferradas a tus caderas me embestías y por detrás el granizo golpeaba mi espalda, creando el contraste perfecto del frío de allá afuera y el calor que emanaban nuestros cuerpos. Recuerdo que pensé que lo que hacíamos era poesía y supe entonces que ése sería mi poema favorito. Sigue siendo de mis poemas favoritos...
                Poco sabías de todo lo que podía salir mal en ese entonces y de todo lo que iba a salir mal, de cada una de las maneras en que iba a enredarnos y que ni tú ni yo íbamos a tener la menor idea de cómo soltarnos. 
              Comenzó cuando empecé a confiarte mis secretos, esos que tenía metidos debajo de la cama, los que hacían que el rímel se me corriera por las mejillas y por los que me obligaba a poner una sonrisa al día siguiente y por el teléfono, todo con tal de que no te dieras cuenta y de que nadie adivinara qué era lo que la chica de los grandes ojos cafés y labios rojos que siempre sonreían, ocultaba. 
             Como cuándo aquella vez preguntaste si estaba bien y se me ocurrió contestarte la verdad sólo para que llamaras luego y yo con la voz entrecortada te platicara el pleito con mi papá y de cómo me había dado su pistola, cartucho cortado y todo, mientras entre gritos, me animaba a dispararle. Lo que nunca te conté es de cómo mientras me gritaba, por mi mente pasaba la imagen de yo cogiendo la pistola deprisa y en un segundo acabando con todo con un disparo sobre mi cien. O como aquel día en el que te platiqué que me enojé tanto con mi hermana que la mordí y recuerdo la vergüenza de contarte lo salvaje que había podido ser y de cómo me odiaba por eso sólo para que tú me calmaras diciendo que no era una mala persona y que era chistoso, y lo dijiste de tal manera que entre el llanto comencé a reír. 
                Pero nada de eso era gracioso ni resultaba ser una broma. Eso que yo te contaba era mi día a día y debiste imaginar que exageraba cuando la primera vez que traté de cortarte te advertí que era por tu bien, que sentía esa oscuridad de mi interior  rondando cada vez más cerca de la superficie y que no conocías mi lado terrible, pero insististe en quedarte y ahora pienso que quizás decirte eso fue lo peor que pude hacer porque a lo mejor te dio curiosidad y la intriga hizo que lo nuestro se viera más increíble de lo que en verdad podía ser, porque ¿quién apenas conociéndote te daría cita en otra ciudad de la que ni tú ni yo sabíamos nada? Y entonces te quedaste y te conté de las cortadas que en mi afán de borrar viejas heridas, de llamarme liberal y de acortar la distancia que me hacía sentir como una isla, me había hecho y de lo mucho que aún ardían. Nada te conté del miedo de que tú le sumaras cortadas a esa lista por que eras tú y ¿qué sentido podía tener martirizarte con miedos irracionales? Resultó que al final no lo eran tanto...
          Poco creíste que de ser yo quien era pudiera volverme la que soy con mis manías e inseguridades que me hacen despertar llorando a media noche o pidiéndote media hora después de habernos besado y de haber reído como histéricos que cojas tus cosas y te marches...
Pero es que no todo era malo y estoy segura de que cuando veas mi foto colgada de esa pared alguna vez tendrás que recordar nuestro afán por construir una casa de árbol, alejada de todo y de todos dónde estuviéramos rodeados de libros y música y durmiéramos de día sólo para vivir de noche... O las tardes debatiendo de ideas que ni tú ni yo comprendíamos muy bien pero que estábamos dispuestos a disecar bebiendo café y sumergidos en canciones de Oasis y Pink Floyd mientras el humo de lo que habíamos estado cocinando comenzaba a salir de la cocina. Y a lo mejor en una de esas te acuerdas de cuándo me fui a Europa y juraste que si yo no regresaba eras capaz de dejar todo y alcanzarme en dónde estuviera sin importar los líos en los que estuviera metida y recuerdo lo tierno que pensé que eras y cómo a tu manera seguías siendo un niño que ninguna idea tenía de cómo funcionaba el mundo. 
               Ahora me arrepiento de haber pensado eso porque a lo mejor fui yo la que te contagió de aquel incipiente realismo para luego quedarme con tu parte de ingenuidad y soñando con amaneceres en lugares desconocidos siendo todo menos lo que estábamos intentando ser...
            Entonces vienen de golpe los recuerdos de cómo fui perdiendo la cabeza, de cómo sin pensarlo y sin detenerme te rompí y de cómo vivir conmigo se volvió agridulce, yendo de extremo a extremo sin previo aviso. Y es que estoy casi segura de que no fue todo mi culpa porque algo adentro de mí me decía que el que yo acabara por ser tan normal y funcionara tan bien dentro de esa nada entrañable sociedad, te consternaba, sólo para luego desilusionarte y acabar por aburrirte. Y así te enfadaste de pasar tardes y noches conmigo, de las anécdotas de mis pleitos diarios, de mis ocurrencias que ya no representaban nada nuevo y entonces aquello que yo podía contarte comenzó a ser menos entretenido que eso que te contaban tus amigos. 
             Así fue cómo acabé tomando antidepresivos y amenazando con quitarme toda la ropa si regresábamos a esa horrible fiesta a la que yo no quería ir o tomándome botella y media de vino tinto y estando tan lastimada que te juré que ahora iba a ser puta y puta profesional y que si querías volver a estar conmigo o siquiera platicar, ibas a tener que pagar. 
              Y como eso infinidad de cosas más en las que entre cartas, sábanas, gritos, gritos sábanas, cartas, silencio, silencio sábanas, silencio gritos, cartas, llanto y risas, en ningún orden en particular, acabamos por volvernos dos extraños que solían conocerse bien y que ahora apenas intercambiaban palabras... mucho menos se tocaban.
               Entonces me convertí en la niña - mujer que llenaba tu vida de incoherencias de las,que nada entendías y que te pesaba siquiera tratar de entender y cansado de todo decidiste colgar mi foto enmarcada en un cuadro bellísimo en esa, tu pared, sin darte cuenta de que me estabas condenando a ser por siempre esa chica: la chica que se volvió loca.

sábado, 16 de abril de 2016

Regresar (segunda parte)


Lloré hasta quedarme dormida. No porque así lo quisiera , ni porque lo extrañara, pero porque no había otra cosa que hacer ni manera de evitarlo. Lloré como solía hacerlo cuando era niña y mi papá se enojaba, gritaba y amenazaba con pegarme. No era miedo lo que sentía, era la tristeza incontenible de saber que mi lugar seguro no lo era después de todo y que el mundo de colores en el que me había empeñado en creer existía con una gama de colores oscuros que parecían más que ensombrecidos, enlodados.
               La sensación vieja conocida se apoderó de mi y con su llegada trajo recuerdos de los mejores días ya desvanecidos y lo vi tan claro como quien observa su obra de arte favorita, con detenimiento, sin prisa y encontrando nuevos detalles cada vez, pero en esta ocasión se añadió un dolor fantasma que casi dejaba de serlo para volverse palpable debajo de mis dedos... De pronto entre la sucesión de momentos congelados como fotografías comenzaron a aparecer nuevas imágenes y vi como todo se desvanecía de la misma manera en que sucede con una acuarela sobre la cuál se ha derramado agua. ¿Qué podía hacer sino llorar?
              Los minutos del reloj avanzaban dando paso a la madrugada y con ella sabía que vendría la luz del sol, la cual por primera vez en mucho tiempo quería que se retrasara... Quise empujar la mañana, extender las horas, esas en las cuales la oscuridad lo cubría todo y me abrigaba de todos y de mí, para poder derramarme hasta vaciarme y tomar la forma de aquello en lo que iba a convertirme, fuera lo que fuera.
              El reloj no paraba y tampoco la sensación que me embargaba. Y de mis labios no salía más que silencio, mientras que de mis ojos se fugaban los colores con los que pinté su nombre, de mis oídos las canciones que sólo yo conocía, acompañadas del sonido de su risa y por mi nariz salió aquel olor a granizo y lluvia de la primera vez junto con el olor de su cuello, ése mi olor favorito. Y ahí permanecí, albergando la esperanza de que las horas se frenaran y de caer en un sueño tan profundo del cual fuera imposible despertar...
              Lloré hasta que mis ojos se volvieron pequeños y me costó respirar. Lloré hasta que mi cuerpo no pudo más. Así me quedé hasta que no supe de mí y las horas de la noche dieron paso a horas inundadas de luz que tocaban todo, todo menos a mí.





miércoles, 16 de diciembre de 2015

De especulaciones y un desnudo.


Ahí estaba yo, desnuda, con tantas cosas por decir y sin que ninguna palabra pudiera salir de mi boca. Vi como me veías. Debiste imaginar que no notaría aquella mirada que cruzó tu cara por un breve momento, ése que duró lo que debieron ser un sin fin de segundos.
Me viste a mí, sin mis labios carmín, con mis ojos medio tristones, viste las ojeras crónicas no tanto por falta de sueño como por la angustia de sueños fugados y otros tantos medio bosquejados, medio borrados. Viste el surco incipiente en mi entrecejo, ése que se hace más aparente después de que he llorado o cuando me has hecho sentir el cielo. Viste mi cabello, alborotado, como siempre. Viste mi cuerpo... Mis pechos pequeños y mi cintura un poco más amplia de lo que es armónico. Y de pronto se asomó mi melancolía, una cara seria, una risa complaciente. Del hueco entre mis muslos salieron mis celos irracionales y los no tan irracionales. De mis ojos salieron mis quejas y de entre mis labios, los reclamos que tan frecuentemente han aquejado tus noches. De mis oídos salió mi terquedad y de mi nariz se escaparon mis miedos, esos que me han hecho levantarme a media noche y que tantas veces has tenido que escuchar. De entre mis dedos salió mi indecisión. De mis pechos, las caras de mi pasado, de mi cabeza salieron volando todas las mujeres que fui, pero que a lo mejor ya no soy y entonces me di cuenta de que viste lo que antes era invisible a tus ojos y desconocido a tu entendimiento.
               De pronto mis latidos se volvieron pesados y tuve que hacer un esfuerzo por respirar lo más normal posible metiendo la mayor cantidad de aire que eso me permitiera.

               Quería decir tanto y dije nada...

               Te vi y vi como tu cara se compuso en una sonrisa, esa que ya tienes memorizada y que en nada se parece a mi sonrisa favorita. Seguimos platicando de no me acuerdo que trivialidad mientras recogía del suelo la ropa que un rato antes me había quitado. Con cada prenda que volvía a su sitió, me componía un poco hasta armarme como la mejor versión de la que fui capaz.
Y entonces sonreí, me recosté frente a ti y tomé tu mano. Esperando que todo aquello fueran especulaciones de mi imaginación y que se desvanecieran... hasta la próxima ocasión.



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lunes, 16 de marzo de 2015

Tu reflejo


Sentada en la cama miro hacia el baño y me quedo prendida de tu reflejo en el espejo. Eres cuidadoso, aún en la prisa eres cuidadoso. Untas tus mejillas de crema, la misma con la que de pequeña me gustaba jugar. Entonces comienzas a pasar la navaja con mucha habilidad formando figuras que delinean tu mandíbula y demás. Finjo que leo, pero ni yo sé qué leo. 
Te veo disimuladamente, tu cabello despeinado y esa mirada de concentración y sólo puedo pensar que te quiero, que sólo te quiero a ti y me lleno de miedo. Tengo miedo, la clase de miedo que no puedes describir... sólo sentir. 
            Quiero las horas esperando en la sala, ansiosa, al sonido de tus llaves abriendo la puerta y a que entres sacudiéndote la lluvia que tuviste que soportar para llegar aquí. Quiero tus pasos sigilosos por las noches cuando intento dormir y tu apenas comienzas a revivir. Quiero saberte sentado en el cuarto de al lado, leyendo sin descanso o escribiendo eso que quizás vas a mostrarme al rato o que quizás no, mientras yo me revuelvo en la cama cada vez más intranquila, extrañándote... Preguntándome a dónde será que tu mente ha salido a pasear esta noche. Quiero la extrañeza de despertar al olor a café y al sonido de tu voz susurrando en mi oído "despierta" seguido de mi nombre, mientras trato de arrancarme del sueño de la noche anterior, ése donde ya no eras mío, sino de ella. Deseo la incredulidad de escuchar tus carcajadas y ver que corres las cortinas y abres las ventanas de par en par para que entre el sol y el olor a primavera. Quiero sentir como fijas tu mirada y como poco a poco y sin tocarme me despojas de mi bata, de mi piel, del remolino que son mis cabellos y de las     ojeras, restos de la noche anterior. 
               Enjuagas tu cara y desapareces del espejo cuando te das la vuelta para buscar tu loción, o tu playera, o qué se yo. Mientras tanto, yo te quiero. Y paseas por el cuarto y te topas con mi mirada y sonríes a medias, sonríes sin darte cuenta...Y yo no consigo detener el hilo de mis pensamientos. Quiero las tardes de humo tirados sobre la cama, cuando trazabas círculos sobre mi ombligo y te perdías en las formas que salían de tu boca y yo en las figuras que encontraba en tu techo. Quiero la curiosidad que bailaba en tus ojos cuando yo era cocaína o heroína o alguna otra droga que se te ocurriera que querías probar. Quiero la urgencia que nos mantenía prisioneros de tu cama, de tu sofá y de tu azotea. 
        Entonces me acuerdo de las tardes encontrando imágenes en las nubes y de mi risa incontrolable, de cómo te rehusabas a soltarme y de las ganas de que mordieras mis labios. Y repentinamente quiero con ansias que me desdibujes con tus caricias y que con miradas inventemos historias felices o tristes, cualquiera de esas que por miedo no nos hemos atrevido a contar. Pero tú caminas con prisa por la habitación y en cualquier momento vas a abrir la puerta para marcharte y yo sólo consigo pensar que te quiero. 
             
                Te quiero.





domingo, 25 de enero de 2015

Regresar

Me cansé de buscarte por las calles y de mis sueños de libertad. Me cansé de paisajes desconocidos y de descifrar lenguas extrañas. Me cansé de las muecas familiares en rostros desconocidos... De la vida vertiginosa y al límite siempre y todos los días. Me cansé de correr del momento en el que vivía para llegar al siguiente en el que debía estar. De mi independencia fingida y de sus ansias por dejar de ser. Y yo no sé cómo pasó, pero de pronto tuve suficiente de hojas naranjas y cafés cayendo de las ramas de árboles secos, de trenes rápidos, de las luces que todo cubrían y volvían bello. De pensarlo cuando lo que debía hacer era guardarlo para luego... De la añoranza no tan secreta cuando finalmente había logrado alejarme... Y extrañé la melancolía que pasaba frente a mi ventana todos los días a las seis, el sabor de su café y las voces viejas conocidas que antes no podía soportar. Y así se me ocurrió que quizás no era necesario cruzar el mar, que quizás bastaban un café y un libro en algún café perdido en la ciudad ... Quizás una caminata por el lago cuando ya cae la tarde o una copa de vino en la azotea. Y ni siquiera tuve que pensarlo... Moría por regresar.



Aquí

Es el silencio el que aveces no me deja estar. Mi cabeza empieza a dar vueltas y sin que lo sospeche, de pronto empiezo a hiperventilar. Las imágenes comienzan a amontonarse, una a una, contándome una historia que se desvanece antes de empezar. Y entonces lo siento. Es un domingo por la tarde y el teléfono no suena como solía hacerlo y esa conocida ansiedad que ya había despedido, comienza a reptar por debajo de la puerta obligándome a  brincar a la cama en la esperanza de que sólo esté de paso y de que si no pienso en ella lo suficiente, se irá... Pero no pasa. 
El blanco de las paredes comienza a oscurecerse y pienso que debo estar loca, porque afuera aún es de día. Siento como mis manos quieren empezar a temblar. Abro otra caja y tomo el marco que está cubierto en periódico. Lo desenvuelvo intentando no prestar atención a la foto que hay en él, porque tengo miedo de verlo y de que si lo hago, aquel momento quede como un recuerdo de algo que solía ser y que ya no volverá. Respiro profundo. 
Entonces trato de concentrarme en la música y en las cajas que se amontonan en mi alrededor, pero no puedo. No puedo sacarme de la cabeza las palabras que flotaban en el aire cuando debía decir algo y no lo hizo, y me angustio y me da miedo y quiero salir de la casa y encontrarme con el sol y con otro día que no es hoy en un lugar que no es aquí. No pasa. 
... Sigo aquí. No puedo irme de aquí. 


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